inicio Foros Historias Recientes DOLIO MUCHO MUCHO Y SALI ADELANTE

Viendo 1 entrada (de un total de 1)
  • Autor
    Entradas
  • #2146
    Foto del avatarEsperanza
    Participante

      Cuando el amor se desgasta, pero la vida sigue
      Siempre pensé que nuestro amor era inquebrantable. Veinte años juntos, dos hijos, una vida construida sobre cimientos que parecían firmes. Pero la realidad es que el amor no se rompe de un golpe; se desgasta con el tiempo, como una cuerda que se va deshilachando hasta que un día, sin previo aviso, se rompe.

      Al principio éramos solo él y yo, con nuestras risas, nuestros sueños, nuestras largas conversaciones de madrugada. Nos deseábamos con la intensidad de dos personas que no pueden imaginar la vida sin el otro. Hacíamos el amor con pasión, con entrega, con esa urgencia que solo tienen los que creen que el tiempo es infinito. Pero el tiempo no es infinito.

      Cuando la pasión se convierte en rutina
      Con la llegada de los hijos, la relación cambió. Nos convertimos en padres antes que en amantes. Pasamos de las noches de pasión a los desvelos con un bebé en brazos. De las caricias espontáneas a las manos ocupadas cambiando pañales o preparando biberones.

      Nos amábamos, sí, pero de una forma distinta. El deseo seguía ahí, aunque más difuso. Intentábamos encontrar momentos para nosotros, pero siempre había algo más urgente: una fiebre a media noche, un llanto inesperado, el agotamiento acumulado de días sin descanso.

      El sexo dejó de ser espontáneo y se convirtió en algo que debía “planearse”. Nos decíamos: “Este fin de semana, cuando los niños duerman”. Pero el fin de semana llegaba y estábamos agotados. O él tenía algo que hacer. O yo simplemente quería dormir.

      Poco a poco, la intimidad dejó de ser prioridad. Dejamos de mirarnos como pareja y empezamos a vernos solo como padres. Nos amábamos a través de nuestros hijos, pero habíamos olvidado cómo amarnos el uno al otro.

      Una noche, mi hija mayor me preguntó:
      “Mamá, ¿tú y papá todavía se quieren?”

      Su pregunta me golpeó el alma. Porque sí, lo quería… pero ya no sabía de qué manera. ¿Se daba cuenta ella de lo que nosotros callábamos?

      Con el tiempo, los besos se hicieron más breves, las caricias más frías, las noches juntos menos frecuentes. Hasta que un día, sin darnos cuenta, el deseo se había ido. No hubo una gran pelea, ni una infidelidad, ni un momento exacto en el que todo se rompió. Solo nos volvimos extraños en la misma cama.

      Intentamos seguir por nuestros hijos. Pero los niños sienten lo que los adultos callan. No quería que crecieran creyendo que el amor era eso: dos personas que se quedan juntas solo por compromiso.

      El día que hablamos de separarnos, lloramos. No solo por lo que habíamos perdido, sino porque sabíamos que su mundo cambiaría para siempre. Nos preguntamos cómo explicárselo sin lastimarlos. Lo único que les aseguré, una y otra vez, fue que los dos seguiríamos ahí para ellos. Que aunque ya no seríamos pareja, siempre seríamos su familia.

      El camino de regreso a mí
      Los primeros meses después de la separación fueron un abismo. Llegar a casa y no escucharlo, sentarme a cenar con los niños en una mesa que se sentía incompleta, dormir en una cama demasiado grande… Todo me recordaba que ya no éramos “nosotros”.

      Hubo noches en las que me derrumbé cuando los niños dormían. En las que el silencio se hizo insoportable. Pero mis hijos me necesitaban fuerte. Y en el fondo, yo también necesitaba volver a encontrarme.

      Aprendí a valorar los momentos con ellos desde otro lugar. A crear nuevas rutinas, a descubrir que nuestra familia seguía siendo familia, aunque de una forma distinta.

      Cuando ellos se iban con su papá los fines de semana, al principio me sentía perdida. Pero con el tiempo entendí que esos momentos eran para mí, para sanarme, para reconstruirme.

      Redescubrí mi cuerpo. No solo como madre, sino como mujer. Me permití volver a mirarme al espejo con amor, a recordar que mi piel aún podía estremecerse, que el deseo no desaparece, solo duerme. Volví a tocarme, a conectar con mi feminidad, a vestirme para mí, a sentirme viva.

      Poco a poco, fui sanando. Un día, sin darme cuenta, ya no extrañé sus abrazos. Ya no dolió su ausencia. Ya no me sentí incompleta.

      Hoy, después de todo, sigo en proceso de construcción. A veces extraño lo que fuimos, pero ya no con tristeza, sino con cariño. Sé que tengo mucho por descubrir, muchas experiencias por vivir. Y lo más importante: sé que puedo ser feliz, no porque alguien más me complete, sino porque finalmente me tengo a mí misma.

      Porque el amor puede terminar… pero la vida siempre sigue.

    Viendo 1 entrada (de un total de 1)
    • Debes estar registrado para responder a este Historias.